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Rvdo. Padre D. Eusebio López Rubio S.D.B.

La Vida de la Hermandad está animada por el servicio

“Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer” (Lc 17,10)

La vida en toda su grandeza y pobreza nos sorprende a quien la miramos con admiración y profundo respeto, porque la vida son las personas con sus acontecimientos, gozos, esperanzas, situaciones concretas que determinan su comportamiento y el estilo de sus relaciones. El vehículo por el que se expresa la vida es la palabra que hace que podamos oírla, sentirla, que nos ayuda a discernir y a comunicar los entresijos de nuestro corazón y las profundidades de nuestra alma, que nos impulsa a perdonar, comprender y a amar.
Entre otras palabras, muchas efímeras. Superficiales y huecas, cada día nosotros los cristianos, seguidores de Jesucristo, podemos escuchar y ver la gran Palabra del Universo, esa preciosa galería de arte que Dios nos regala en cada momento. ¡Qué magnífico servicio hizo Dios a nuestro mundo regalándonos desde su Ser creador este mundo maravilloso con sus sombras y sus luces!
Dios siempre nos está sirviendo la riqueza de su amor desparramado en tanta maravilla como nos rodea ¡Nos entregó a su Hijo, Servidor fiel y Palabra de vida y plenitud! Palabra que resuena de modo distinto en cada uno. Hoy no nos dice nada, mañana nos fascina, envuelve y arrastra. Hoy es indiferente, mañana nos empuja al compromiso más generoso... Es lo que pasó en un determinado momento con el precioso y -¿enigmático?- Texto de Lucas en su capítulo 17, 7-10 de hace unos días. Al concluir la eucaristía el Hermano mayor me dice: ¿Por qué no escribes un artículo sobre este evangelio de hoy para nuestro boletín? Aquí está, pues, mi sencilla aportación con el sugestivo, práctico y fundamental título “La vida de la Hermandad está animada por el servicio”, palabra, ésta, clave en la vivencia y experiencia de fe de nuestra vida cristiana.
Vivimos en una sociedad que sin tapujos de ninguna clase va arrastrándonos sin darnos cuenta a vivir de una manera que nada tiene que ver con el Evangelio y cuando tenemos la oportunidad de hacer una reflexión serena, en clima de oración, en un ambiente de retiro o ejercicios espirituales o convivencias de fe es cuando nos damos cuenta de que nuestras palabras, nuestros gestos, nuestros planteamientos de fe se van alejando de los de Jesús. Vamos viendo con normalidad algunos planteamientos que antes nos llamaban la atención y con los que no estábamos de acuerdo . Uno de esos aspectos que Jesús en el Evangelio insiste constantemente es el valor y la importancia del servicio. ¿Acaso pensamos y creemos que los hombres y mujeres más importantes son aquéllos que parecen los “últimos” porque viven al servicio de los demás? Para nosotros, ¿quién es el importante? El hombre de prestigio , el que tiene una buena cuenta corriente en tiempos de crisis más llamativo, el que ha alcanzado el éxito en algún campo de la vida, el que sobresale de los demás y es vitoreaeo por la gente, los rostros bonitos y populares, los dideres políticos financieros, los actores en algún programa de la TV rodeado tan jóvenes, de fans, jugadores de fútbol con contratos súper millonarios blindados de por vida, cantantes, atletas... ¿Quién puede haber más importante que ellos? Pues, hermanos y hermanas de Los Javieres, según el criterio de Jesús, miles y miles de hombres y mujeres anónimos, de rostro desconocido, con los sufí enciente para vivir e ir tirando pero que se desviven en el servicio sencillo y desinteresado a los demás son los importantes.
Cada uno de nosotros somos discípulos del único Maestro y este discipulado se ejerce en el servicio, es una lección que Jesús nos inculcó en el texto de Lucas 12, 41-49. Pero, curiosamente, después de habernos enseñado que el Señor sirve a los que saben servir a los hermanos, nos recuerda que es lo que tenemos que hacer y que, además, nuestro servicio es “inútil” si no está anclado en el Maestro. Nada de distorsionar o maquillar el mensaje.
El servicio cristiano en la comunidad es una realidad permanente, que no se realiza para “ganar puntos” ni para adquirir derechos con nadie y que, cuando se trata de cumplir con los propios deberes en la Hermandad, no hay nada que pueda ser secundario o que no sea indispensable para el servicio del Señor, es decir, todas sus palabras son de obligado cumplimiento para nosotros. Así que, hermanos y hermanas, ante Dios no hay méritos. La relación con Dios no se apoya en la recompensa que podamos considerar merecida por nuestras buenas obras, sino es, la escucha de su Palabra y ponerla en práctica, tal como lo ha insistido este texto evangélico de Lucas. Sin embargo, no olvidemos que, antes de pedirnos cualquier cosa, el Señor nos ha dado muchos dones: la vida, las aptitudes, los carismas, los amigos y estos hermanos en la fe de esta querida hermandad.
Nuestros deber ante el Señor y los hermanos es el de ser administradores fieles que están siempre listos para servirlo a él en aquellos que más lo necesiten. Y con esto no le estamos haciendo ningún favor a Dios, de manera que después podamos cobrárselo con otro favor que le pidamos. Estar al servicio del Señor ya es un honor.
No nos quedemos esperando la felicitación o la alabanza sino que vivamos en una continua alabanza a Dios expresada en la fidelidad, la perseverancia, la convicción y la alegría continua en el servicio. Esta espiritualidad nos dará impulso para asistir misericordiosamente a aquellos que están en extrema necesidad y de quienes no podemos esperar nada a cambio. Viviremos así en una espiritualidad de gratuidad y de alabanza encarnada en el servicio, haciéndolo todo por la gloria de Dios.
¡Ah! No los olvidemos nunca: “la bondad de Dios con nosotros es infinita”.

Rvdo. Padre D. Eusebio López Rubio, S.D.B.